Adalid Contreras Baspineiro*
Como previendo las transformaciones que provocaría la disrupción de las tecnologías digitales en el campo de la comunicación, ya a inicios de los años ochenta del siglo pasado, cuando el acceso a internet separaba el mundo entre inforricos e infopobres, Alvin Toffler propuso el término prosumidores para destacar la unión de funciones entre productores y consumidores. En la actualidad, este vaticinio se ha hecho parte de la recomposición del campo del consumo, abierto a espacios de producción mixtos y que ha implosionado la caracterización de las audiencias. Los prosumidores desarrollan procesos de remix (remezcla) y/o postproducción, así como también reenvíos tipo fandom, sin resignificaciones, y la producción de nuevas narrativas, ya sea como arreglos, acomodos, retoques o reconfiguraciones de mensajes ya establecidos, o también con otros relatos o nuevos personajes o historias.
Como se ve, las tecnologías digitales han establecido no solamente nuevas formas de consumo, sino también otras formas de producción y de circulación en tiempo real y por infinidad de plataformas que tienen su base en las condiciones tecnológicas binarias que brindan los algoritmos. Para algunos autores, estos procesos comunicativos implican la adopción de un sistema de real interacción y participación comunicacional, porque todo el mundo (conectado con algún dispositivo al mundo digital) puede decir, o reproducir, libremente lo que se le ocurra, aun sin constatar si lo que dice es cierto o no.
Por esta última razón reñida con el periodismo responsable, y otras, contraviniendo los entusiasmos participacionistas que se arrogan a los prosumidores, sostengo que en realidad se trata de una forma informacional renovada con un particular sistema de casi-comunicación, porque sus dispositivos, que son generosos para el acceso y la conectividad, no garantizan, per se, espacios y formas de comunicación como construcción de sentidos. Son experiencias que no sólo que se siguen moviendo en las dinámicas del difusionismo fragmentado, sino que lo han renovado con un retorno a la creencia en la omnipotencia de las tecnologías, de los medios y ahora de las redes, dejando atrás el paradigma de las mediaciones, que nos llevó a entender la comunicación en los vericuetos de la vida cotidiana. Las redes sociodigitales conectan, pero no necesariamente comunican.
Lo que ha cambiado es la centralidad de la emisión que radicaba en los medios, y que se ha fragmentado en cuanto usuario tiene acceso a algún dispositivo digital en el que además de ser informado es reproductor de información e informante con esquemas de difusión/consumo con mensajes que circulan en burbujas que se conectan con otras burbujas expandiéndose ad infinitum. Manuel Castells dice que estas experiencias son formas de auto-comunicación, por la capacidad ilimitada de recibir, de reproducir y de generar mensajes como estallidos de creaciones multidiscursivas, reflejando más allá de la posibilidad tecnológica, la necesidad compulsiva de los prosumidores por expresar y hacerse protagonistas, rubricando con identidad o anónimamente creaciones acumulativas de memes, videos, afiches, fotografías, canciones, grafitis, infografías, emoticones, tiktoks y artículos que circulan y se reproducen a la misma velocidad que los acontecimientos.
En realidad, son formas de casi-comunicación no comparables con las modalidades legitimadas de la comunicación participativa que, al enarbolar la democratización de la comunicación, reivindica el derecho al acceso, a la participación, al diálogo y, añadimos, a la convivencia. Participación en comunicación no es sólo hacer presencia, es fundamentalmente una alternativa de inclusión de las ciudadanías en la historia con voz, con identidad y con poder. En este sentido es indesligable del quehacer colectivo de disputa de poderes y de expresión de la palabra. No es un ejercicio de expansión o de reacomodo, sino esencialmente de alteración de un orden desigual presentado como natural y legítimo y de inclusión con protagonismo no sólo en el ambiente digital, sino en las significaciones del mundo y en las decisiones sobre los horizontes de sociedad.
A no engañarse entonces, los prosumidores no son (todavía) en sí mismos sistemas participativos, sino, como dice John Thompson, son sistemas de casi-interacción. La participación implica la capacidad de expresión, la visibilización, la articulación de las partes en proyectos colectivos, y la capacidad de convertir lo comunitario en un espacio de transformación de lo que coarta la democracia y la vida en convivencia. Participación es también responsabilidad individual y social siguiendo normas deontológicas. Entre tanto esto no se active en las posibilidades que tiene la comunicación digital, su capacidad de movilización tejiendo y actuando en red con tuitazos o whatsappazos que multiplican por miles los números de participantes, seguirán sometidos a esquemas inconclusos de “reensamblaje social”, porque son todavía más encuentros de soledades que articulaciones de individualidades en complementariedades comunitarias.
Entonces, prosumir es, todavía, presumir comunicación, porque los procesos tal como funcionan son viralizaciones de mensajes y búsquedas de hacer tendencia con un sentido de entropía que significa pérdida de energía, y de comunicación. Hay una noción confusa de participación confundida con un efecto de ilusión autocomplaciente mediante el cual cada prosumidor cree estar decidiendo los colores del mundo. El debate sobre la casi-comunicación está abierto para seguir caminando desde estos espacios en el irrenunciable legado del derecho a la palabra para la democratización de la comunicación y de la sociedad.
*Sociólogo y comunicólogo boliviano. Director de la Fundación Latinoamericana Communicare. Ex secretario ejecutivo de OCLACC (hoy SIGNIS ALC).