Margot Bremer (rscj).- Nos duele profundamente la inmensa injusticia cometida en el juicio de Curuguaty a 11 campesinos inocentes, condenados sin ninguna prueba contundente, a altas penas de prisión (35, 20 ó18 años). La emblemática inmolación de estos compatriotas por haber luchado en pro de un pedazo de tierra para cultivar, refleja la situación del campesinado paraguayo hoy. Nuestro actual gobierno protege solamente los intereses de un 2% de nuestra población que ocupa 85% de nuestras tierras, conformado en su gran mayoría por latifundistas, ganaderos y empresarios.
El conflicto tierra – justicia no es nuevo; ya lo encontramos en la Biblia. Un ejemplo es el relato sobre el enfrentamiento del campesino Nabot con el rey Ajab (1 Re 21, 1-21). Último, codiciando la tierra de Nabot, quería comprársela con una lógica comercial, pero el campesino resistió basándose en las leyes del pueblo (Lev 25,23-31) que la defienden como don de Dios a todo el pueblo con el desafío de organizarse para una convivencia en justicia e igualdad. Sin embargo, desde la influencia extranjera – a través de la esposa del rey- se introdujo la lógica de los “privilegios del rey” (cf. 1 Sam 8,1-16), mediante los cuales se podía manipular la institución judicial del pueblo. De este modo, salvando la apariencia de legalidad, se consiguió la condenación y desaparición del campesino. No está lejos una comparación con la situación de nuestros campesinos perseguidos, despojados de sus tierras y encima criminalizados, parecido a Nabot (1 Re 21,10). El show de la proclamación “solemne” -con manteles blancos- del juicio a los campesinos de Curuguaty durante 4 horas en un escenario público al aire libre, fue una hipócrita y burlesca imitación de la jueza Débora cuyo palacio era un árbol (Jue 4,4-5).
Pero había en aquella época de Nabot, como siempre, un pequeño grupo alrededor del profeta Elías que captó el grito del pueblo y se lo devolvió con palabras justiciases y proféticas al rey. Eligió el momento oportuno en que ése estaba tomando posesión de la tierra de Nabot. Elías le echó enfrente el juicio del pueblo: “¿Además de matar, vas a robar?” (1 Re 21, 19). Pues, según la constitución del Pueblo de Dios, ni por ser rey, él tenía el derecho de apropiarse de la tierra del muerto: iba seguir siendo la tierra del pueblo. Categóricamente el profeta le decretó: “Te has vendido” (1 Re 21,21), pues había descubierto en Ajab la lógica acaparadora de los empresarios que compran y venden, ya que al principio quería comprar y al final se vendió: el rey se había embarcado en el sistema de mercado, del cual su pueblo había hecho el éxodo ya hace siglos; el gobernante era un traidor de su pueblo. Antes los reyes incluso eran también jueces (cf. Salomón y algunos Salmos), sin embargo ahora era el pueblo que juzgaba a su gobernante. Como en esta historia bíblica como en nuestra realidad se vive todo al revés que nos lleva a muchas preguntas:
¿Pues en el juicio de Curuguaty no deberían estar en el banquillo de los acusados aquellos que están condenando a 11 campesinos inocentes? ¿No deberían ser acusados de “invasión de inmueble ajeno” ellos y todos aquellos que se apropiaron ilegalmente de tierras del Estado, muchas veces con “título volatis”? ¿No son aquellos que forman una “asociación criminal”, los que planificaron la condena para tener un chivo expiatorio? ¿No deberían ser investigados y acusados de “homicidio doloso” aquellos que asesinaron en Marina Kué a 11 campesinos, 7 de ellos ejecutados?
El pueblo paraguayo está indignado y no se calla, más se solidariza con los inocentes y sus familiares, clamando proféticamente: “Todos somos Curuguaty”, pues la lucha por la justicia es a la vez la lucha por una justa distribución de la Tierra por la que Nabot y centenares de campesinos nuestros dieron su vida. Y en esta lucha nuestra está creciendo la esperanza. Podemos percibir cómo desde nuestra indignación y nuestro luto por la muerte de la señora JUSTICIA, están germinando los valores alternativos para la construcción de una nueva sociedad: pues la primera sensación de amargura y de deseos de revancha están transformándose hacia una revolución de ternura y solidaridad, de igualdad y amistad entre las diversas clases sociales y tendencias ideológicas, entre urbanos y campesinos, lo que despierta y fortalece la esperanza de que es posible construir entre todos una nueva convivencia más justa, más equitativa, más humana, más solidaria y fraterna.