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Comunicadores en la Iglesia

SIGNIS ALC

08 junio 2017

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Reflexiones y tareas de los comunicadores en la Iglesia

Reflexiones y tareas de los comunicadores en la Iglesia

Partir de la vivencia y sesgarse por los pobres son dos de los elementos clave en las tareas del comunicador católico latinoamericano.

Rolando Calle, S.J. *

 

Introducción

 

Estas reflexiones deben entenderse en el contexto del renovado servicio eclesial que SIGNIS-ALC busca y desea realizar en América Latina y el Caribe, estas dos regiones tan extensas y diversas en todo sentido.

 

En la primera parte se tratará del lenguaje, su importancia y su evolución a través de los siglos. La segunda tratará de describir al joven de hoy y sus características. La tercera parte tratará sobre el papel del comunicador católico en el actual momento de la Iglesia en nuestros continentes.

 

1. 1 Lenguaje

 

Las afirmaciones de que estamos en un cambio de época o un cambio de paradigma se repiten con frecuencia en todos los foros que tratan de explicar el momento histórico actual. Pero, ¿de qué cambio estamos hablando? Y, ¿qué provoca ese cambio? Dada la complejidad del tema, las respuestas pueden – y deben – ser múltiples. Como comunicadores dentro de la Iglesia podemos fijarnos en un componente esencial de la comunicación: el Lenguaje.

 

La Iglesia está cruzada de arriba hacia abajo por procesos de comunicación. Las tareas comunicacionales son fundamentales en la Iglesia, pues se relacionan directamente con la razón de ser de la institución, no importa cómo queramos formularla: la Iglesia como presencia actualizada de Cristo, el Verbo del Padre, o como comunidad testigo de una realidad nueva de filiación divina, o como heraldo de La Buena Nueva. De todas maneras nos encontraremos con que la Comunicación es el proceso humano/cultural en el que se basa la acción principal de la Iglesia en el mundo. Todo lo relacionado con la Comunicación tiene suma importancia para la Iglesia. Al hablar de un nuevo lenguaje que colorea radicalmente los procesos de comunicación en nuestra cultura, hablamos de un elemento absolutamente importante para la vida entera de la Iglesia de hoy.

 

El Lenguaje – no la lengua o idioma- es “un sistema para la articulación de la mente, una especie de súper sistema operativo de la mente… El lenguaje goza de una íntima relación con nuestra sensibilidad más profunda y con el contenido y la estructura misma de nuestra mente.” (Kerckhove y Viseu). Es la herramienta primigenia del ser humano, pues a través de ella somos capaces de ordenar y entender el mundo y a nosotros mismos. El soviético Luria decía que “el lenguaje es el instrumento de los instrumentos”.

 

“El lenguaje en la mente humana no es una lista de palabras con sus correspondientes significados, sino una única estructura interconectada que le da a cada persona el poder total de expresarse” (Bruno Snell en The Discovery of the Mind).

 

Esta extraordinaria herramienta, como todo fenómeno eminentemente social y comunitario, está en mutación constante, reinventándose continuamente, cambiando día a día en cada ser humano y en cada grupo social.

 

El filósofo español Antonio Marina apunta: “La especie humana se construye a sí misma mediante sus propias creaciones. El lenguaje es el gran ejemplo. La inteligencia crea el lenguaje, que a su vez modifica sustancialmente la inteligencia.”

 

Esta creación y recreación constante del lenguaje posibilita el estudio de los cambios que este ha sufrido a través de la historia. Más aún, por su importancia primordial en la cultura, la historia del lenguaje se convierte en materia indispensable para comprender la historia humana y su realidad actual.

 

1.2 Tres eras del lenguaje

 

El profesor canadiense de crítica literaria Northrop Frye tocó esta misma pregunta en su libro “El Gran Código” (gedisa) y nos llevó, en primer lugar a Vico, el filósofo italiano del 1600.

 

Para  Vico la historia es un proceso continuo y en cierta forma cíclico, en el que las naciones atraviesan tres estadios: la era de los dioses, la de los héroes y la de los hombres. Cada era – según Frye – produce y utiliza su propio lenguaje.

 

Lenguaje poético. El lenguaje correspondiente al primer estadio es el poético. En él las palabras son la realidad misma en forma de sonido. La palabra y la cosa a la que esa palabra nombra son una misma realidad, comparten una misma energía. En este sentido, se puede decir que la palabra y la cosa funcionan como la metáfora en teoría literaria: dos realidades que son diferentes pero que al relacionarlas se “iluminan” y se explican mejor mutuamente.  Para Frye, esta fase la podríamos llamar metafórica.

 

En esta fase del lenguaje no existe el concepto “concepto”; tampoco otros conceptos como “mente humana”, pues tanto “mente” como “humana” son abstracciones que ‘comenzaron a existir’ más tarde, en la segunda época del lenguaje. En esta primera época se da muy poco énfasis a una separación clara entre sujeto y objeto.  Más bien se considera que los que ahora llamamos sujeto y objeto, participan de una energía común, están unidos por la misma fuerza. Parecería que no existe un sentido de abstracción.

 

La escritura no se había extendido aún y la memoria de cada individuo es la única forma de guardar la palabra pronunciada. El valor de esa palabra sirve para hacer negocios y declarar guerras. La palabra pronunciada tiene un valor definitivo. Es un mundo lleno de espíritus y dioses que ayudan a mantener una cultura donde la sensibilidad prevalece. La cultura griega anterior a Sócrates sería  la época que mejor  ejemplifica este tipo  de lenguaje.

 

Lenguaje conceptual: Platón da inicio a una nueva era del lenguaje. Para nosotros, esta manera de aprehender el mundo es mucho más familiar, pues nuestra escuela y nuestra religión están, todavía, basadas en sus principios y en su lenguaje. Frye llama a esta fase la del lenguaje de la aristocracia, pues los que manejan ese lenguaje son una élite de prestigio que, de hecho, maneja a la sociedad entera y lleva el peso de lo que se ha llamado cultura occidental.

 

En esta fase las palabras son, principalmente, manifestaciones exteriores de ideas y pensamientos interiores. La separación entre sujeto y objeto  se vuelve casi obligatoria en todo proceso de ideas; de esta manera, la palabra reflexión adquiere un protagonismo desconocido hasta entonces.

 

Las operaciones de la mente se distinguen de las emociones. Se posibilita la abstracción, se comienza a hablar de maneras de pensar válidas e inválidas, lo cual desemboca en la concepción de la lógica.  Si la sensibilidad caracteriza a la primera fase, la representación caracteriza a la segunda. El lenguaje metafórico del lenguaje poético, con su sentido de identidad de vida y energía entre el hombre y la naturaleza (esto es aquello) da paso a un lenguaje metonímico: esto (la palabra) representa aquello. Las palabras representan ideas, son expresiones sensibles de realidades superiores, o hasta de un orden superior: Platón habla de un mundo trascendental más  que  objetivo.

 

Aristóteles continúa y perfecciona este camino al desarrollar un aparato lógico deductivo en donde las palabras ordenadas en cierta manera reflejaban la realidad inescapable de la lógica del ser mismo.

 

En esta segunda fase del lenguaje ya no hay  lugar para los pequeños dioses ordinarios de la primera fase. La concepción de Dios, con mayúscula, es unificante y corresponde a la realidad trascendental, al ser perfecto, cuya existencia no da lugar – ¡lógicamente! – a otros dioses. Con palabras de Frye: La palabra “Dios” a pesar de la diversidad de referentes es, prácticamente, un requisito indispensable del pensamiento de la fase metonímica. No es posible usar las palabras analógicamente a no ser que exista un algo a qué relacionarlas.

 

La escritura se extiende, aunque sigue siendo privilegio de pocos. Aparecen los códigos legales, los contratos de trabajo o de compra venta, la burocracia y las bibliotecas. La educación se basa en el libro.

 

La consolidación del cristianismo, y de su teología basada en el monoteísmo, debe mucho a este gran órgano aristotélico. De la perfección de Dios se deriva toda una serie de irrefutables premisas. El dogma cristiano de 20 siglos se ha desarrollado principalmente siguiendo la inflexible lógica de Aristóteles. La Edad Media quedó fascinada por el silogismo y con el deseo de deducir todo desde las verdades de la revelación. Con palabras de Frye:

 

“Durante estos siglos, el miedo a la herejía, o sea a la desviación en el plano lógico de las premisas cristianas, fue, de hecho, quizá la más  devastadora psicosis de la historia”.

 

Lenguaje demótico, descriptivo. La tercera era del lenguaje está centrada en el mundo objetivo natural, que es el que da la pauta de lo que es la realidad. Lo percibimos a través de los sentidos; las palabras son instrumentos de reflexión. La palabra se valora porque corresponde al objeto en la naturaleza, porque lo describe. Con un pensamiento así no es difícil concluir en la imposibilidad de la metafísica. Locke y Bacon podrían ser los primeros filósofos occidentales representantes de esta época del lenguaje.

 

Así entendida la realidad, el lenguaje es eminentemente descriptivo de lo que existe en la naturaleza, en el mundo. Una  estructura mental es verdadera si corresponde al mundo objetivo. El criterio de verdad, pues, está ligado a una correspondencia externa, más que a una consistencia interna, lógica, de la argumentación.

 

La ciencia hoy está basada en la observación inductiva, observación que trata de distinguir lo ilusorio de lo que realmente está allí. El problema de ilusión vs. realidad se convierte en esencial en esta tercera fase del lenguaje. Para  Copérnico la salida del sol se convierte en ilusión. Salida y puesta de sol son metáfora útiles, pero al fin y al cabo,  solo metáforas.

 

Este lenguaje de tercera fase, demótico, descriptivo es, sin duda, el que prima en nuestro mundo occidental y el que permitió el avance del método científico, tal como lo conocemos hoy. Hay, sin embargo, signos de que, de alguna manera, el ciclo se cierra y nos preparamos para una nueva fase metafórica: la materia, parámetro definitivo de lo que  llamamos objetividad científica, y que no es más  que trazos de procesos de energía.

 

Vico ya hablaba de que la humanidad, después de la tercera fase del lenguaje, volvería a la primera: ¿el gran retorno?

 

2.1 El gran retorno: Nuevos actores

 

Pero no es solo la recientemente descubierta correspondencia entre materia y energía lo que nos hace sospechar que estamos, en verdad, retornando a una época del lenguaje de primera fase. Es la constatación de cómo son y piensan los jóvenes de hoy, nuevos actores de esta nueva época, lo que nos demuestra que, efectivamente, estamos en otro momento histórico, en un verdadero cambio paradigmático.

 

Las investigaciones de Hoover y Clark y las ideas de los otros autores ya mencionados contribuyen a delinear un lenguaje usado por  el joven latinoamericano de las clases  medias urbanas. Veamos sus características:

 

l.    Diferencia cada vez más  tenue entre lo subjetivo y lo objetivo. Lo que  está fuera de mí, si no es sentido por  mí, no existe.  Lo que  es sentido, vivido por  mí, es parte de mi mundo y de mi realidad. El papel de los medios de comunicación en este juego realidad-subjetividad es crucial y múltiple: Medios de Comunicación, extensión de los sentidos, con ellos “veo” el mundo, como  con mis ojos.

 

2.   El sentir y experimentar – la vivencia – dictan el flujo de la vida, el mismo discurso y los mismos procesos intelectivos y del conocimiento. La motivación como  motor de los procesos de aprendizaje ha sido una realidad bien conocida por todos los educadores recientes, pero hoy,  además, la motivación llega  por  la vivencia, la convivencia – ya sea de primera mano o ya sea virtual – y la sintonía generada a través de diferentes medios.

 

3.   La imagen: manera de experimentar el entorno (lo que  no soy yo) incorporándolo a mi vivencia. La imagen, manera de “mapear” el yo (consciente y subconsciente), de expresar la vivencia, de comulgar con el otro. La imagen no pide ni requiere del rigor lógico del concepto ni se rige por sus normas. Y es que la imagen pertenece al lenguaje poético, no al conceptual.

 

4.   En tiempos del lenguaje poético, pronunciar la “palabra” era crear  el mundo. Hoy  pronunciar la imagen, crearla, es crear  realidad. La existencia viene de la mano de la “pronunciación” de la imagen. Lo que  no está en TV, no existe.

 

5.   Pero, además la imagen precede y anuncia el acontecimiento. En los juegos computarizados de simulación de vuelo se derribaron muchas veces  las torres gemelas antes del acontecimiento real. El FBI ha apelado a los guionistas de Hollywood como  una manera de prever atentados terroristas. Las imágenes de la  publicidad anuncian el futuro, un mundo ideal en el que los consumidores votan con su dinero y su compra; la propaganda política – y las encuestas manipuladas – anuncian al ganador.  Los héroes y los dioses de la cultura actual existen en la imagen, que  es lo que  cuenta: la realidad es intrascendente.

 

6.   La obsolescencia de las imágenes (y de sus mundos) es un tema que  hace  parte de esta nueva situación en la que  vivimos. Desde l/l6 de segundo de cada imagen de TV, hasta la renovación constante de la imagen del político, del cantante o del héroe deportivo. Más cuenta la imagen percibida que  la realidad real.  El escándalo de hoy  supera al de ayer: ¿para qué preocuparse por él, si mañana habrá otro mayor? El mundo es un continuo parpadear de imágenes cinematográficas sin verdadero sustento real-real. La obsolescencia lleva a la inseguridad al momento de juzgar y procesar.

 

7.   Casi nulo sentido de abstracción. Más importancia al ejemplo, a la imagen, a la experiencia.

 

8.   En la juventud de hoy tienen un lugar especial los dioses y espíritus domésticos (héroes del deporte, espectáculo,…) y sus espacios sagrados: TV, juegos de simulación (MUD),  videojuegos, etc. En definitiva, son ejercicios de trascendencia individual y de comunión supra-geográfica con las comunidades a las que los jóvenes realmente sienten pertenecer.

 

9.   Los Media parecen ser un recurso – conscientemente buscado – en tiempos de crisis, rompimientos y cambios. Y sirven para expresarse, pues las audiencias se identifican con sus textos. Estos textos y símbolos mediales son usados como un “Otro” simbólico por  parte de los jóvenes, para identificarse y definirse.

 

l0.  El mundo de hoy  es un mundo de imágenes, pero es el mundo real, una manera válida de vivir la realidad, no una evasión de la realidad. “El hombre se ha vuelto “sujeto” y el mundo ha devenido “imagen” (…) Lo que  esta fórmula enuncia es que  el ente  en su totalidad – no solo lo que  es sino  lo que  ya fue y lo que  será  en un futuro – es objetividad dispuesta y disponible exclusivamente para una subjetividad capaz de organizarla, fundamentarla y administrarla (…) toda objetividad es deducida, producida o representada como  “imagen”. (Lucas Fragasso, hablando de Derrida).

 

3.1 Comunicadores católicos hoy: Evitar los errores pasados

 

El pecado más grande en el que podemos caer como comunicadores es tratar de ejercer nuestra profesión desde otra época del lenguaje. Y ésta es una tentación que la Iglesia misma debe tratar de evitar, pues una institución en la que la comunicación juega un papel tan importante no puede darse el lujo de descuidar el papel del Lenguaje en todas sus prácticas.

 

La Biblia entera, a pesar de la diversidad estilística y temporal de sus partes fue escrita desde un lenguaje poético, metafórico, si coincidimos con la tesis principal del libro “El Gran Código” de Northrop Frye. Sin embargo la Iglesia, durante la mayor parte de su historia, se ha aproximado a la Biblia como si fuera un libro de lenguaje conceptual, lo cual provoca distorsiones y errores, como, por ejemplo, cuando queremos interpretar la frase de Cristo “Yo soy la Verdad” como si hubiera sido pronunciada desde un contexto aristotélico, en el que la verdad resulta de la correspondencia entre la palabra y la realidad exterior. Antonio Marina, en su libro “Por qué soy cristiano” nos muestra que Jesús, muy probablemente, partió de un concepto de Verdad que tenía que ver más con la correspondencia entre el ser mismo de cada persona, sus creencias y valores, por un lado, y sus acciones, por otro. Es decir, una coherencia fundamental entre lo que se cree y se quiere y las acciones de la persona. No en vano Jesús creía que a la persona se la conoce por sus actos, más que por sus palabras.

 

Con la paz de Constantino, en el siglo 4º, la Iglesia comienza a ser parte del establishment al participar de sus códigos legales y de los otros elementos de la cultura imperial romana. Al interior de la Iglesia aparecen las discusiones conceptuales en torno a los dogmas cristianos, es decir, el concepto y la lógica aristotélica se vuelven herramientas decisorias en la vida eclesial y la Iglesia se organiza internamente para proteger ese ‘tesoro conceptual’ de toda clase de herejías.

Esta manera de ver las cosas llega a su punto máximo en la Edad Media cuando las grandes Sumas Teológicas tratan de codificar el ‘tesoro dogmático de la Iglesia’ de una manera absolutamente lógica, siguiendo los principios aristotélicos de manejo de los conceptos. Ante tal uso de la lógica y los conceptos, cualquiera pudo haber creído que el Espíritu Santo y Aristóteles eran la misma persona.

 

Hay que recordar, además, que toda la ciencia de ese tiempo se la trató de estudiar desde los dos ámbitos eclesiales de la Filosofía y la Teología y desde los dogmas cristianos. Todo fenómeno natural se lo explicaba – al menos eso se trataba de hacer – desde los dogmas y las palabras de la Biblia tomadas literalmente. La triste historia de Galileo –que ya comenzaba a pensar y a usar instrumentos de la tercera fase del Lenguaje – que tuvo que sobrellevar exámenes inquisitoriales por sus investigaciones científicas y acatar el sinsentido de los argumentos eclesiales, es nada más una de las tantas historias tristes de ese tiempo.

 

La Edad Media quedó fascinada por el silogismo y por el deseo de deducir todo desde las verdades de la revelación. Con palabras de Frye: “Durante estos  siglos  el miedo a la herejía, o sea a la desviación en el plano lógico de las premisas cristianas fue, de hecho, quizá la más  devastadora psicosis de la historia”.

 

Durante todos los siglos de la Modernidad la Iglesia se vio envuelta en innumerables polémicas y discusiones, que tenían como trasfondo el desfasaje entre el lenguaje de épocas pasadas usado fuera de contexto en la tercera fase del Lenguaje. Algunas de esas problemáticas aún duran hasta nuestros días.

 

3.2 Comunicadores católicos hoy: Tareas en Latinoamérica

 

En este punto vale la pena mencionar el intento del Concilio Vaticano II por actualizar, entre otras cosas, el lenguaje eclesial y los procedimientos mismos de evangelización del siglo XX. Esos aires frescos eclesiales influyeron en América Latina y, de alguna manera motivaron a muchos a buscar nuevas respuestas evangelizadoras en este continente de tantas y tan graves inequidades.  La Teología de la Liberación aparece como una nueva manera de hacer teología pues ya no parte prioritariamente del dogma y su discurso conceptual, típico de la 2ª fase del lenguaje, sino de la experiencia y vivencia de Dios en medio del pueblo pobre. Al partir de la experiencia y no del concepto, la Teología de la Liberación se instalaba firmemente en un lenguaje de tercera fase, en el que la constatación del Dios vivo en medio de las comunidades de base se convertía en la experiencia primigenia para construir iglesia en medio de los pobres. Así también se daba relevancia a un valor absolutamente fundamental de la herencia de Jesús, la opción cristiana por los pobres: “lo que hagas con uno de los más pequeños, de los más pobres, lo estás haciendo conmigo”. Parecería que nos hemos olvidado de que la opción fundamental en el ámbito político/económico/cultural la debemos decidir entre la minoría de élites muy poderosas que controlan no solo la economía, la política, las fuerzas armadas, la justicia, la banca, la industria y el comercio, sino también los Medios grandes y medianos y hasta cierto punto las Redes Sociales; y las grandes mayorías que no tienen acceso ni a los mínimos más elementales de educación, salud, vivienda y trabajo.

 

Partir de la vivencia y sesgarse por los pobres son dos de los elementos clave en las tareas del comunicador católico latinoamericano. Y para que esto se haga realidad podemos añadir otras tareas también muy importantes y relacionadas íntimamente a las dos ya mencionadas.

 

Entre las décadas que van de los años 60 a los 90 del siglo pasado, en muchos países de América Latina florecieron movimientos de ‘lectura crítica de Medios’, muchos de ellos relacionados con la Iglesia. Hoy necesitamos renovar el trabajo formativo y educativo en criticidad ante Medios y sistemas culturales, políticos y de gobierno. Sea como quiera que entendamos esa tarea, los comunicadores católicos tienen una responsabilidad importante, no solo por lo que han heredado de su historia eclesial, sino porque es una tarea íntimamente ligada a valores e ideales profundamente humanos. Y en esos ámbitos deberíamos tener mucho para aportar.

 

Siguiendo en esta misma línea de pensamiento y tratando de concretar aún más en las posibles tareas, es preciso que los latinoamericanos no olvidemos los grandes momentos de dolor por los que nuestros pueblos han pasado en las últimas décadas: ni las dictaduras militares patrocinadas desde fuera, con sus miles de desaparecidos y torturados, hasta las grandes migraciones provocadas por guerras fratricidas, ‘corralitos’, ‘feriados bancarios’ y corrupciones legalizadas. Y no es solo tarea de recordar, sino de examinar los procesos históricos por los que llegamos a esas experiencias amargas y de sacar conclusiones que nos puedan servir para hoy, para no volver a confiar en algunos de esos personajes que tuvieron tanto que ver con esos desastres, personajes que aún están en la vida pública.

 

El neoliberalismo y sus tesis que privilegian el mercado como ecualizador automático de los procesos sociales y del intercambio económico, fue seguido, con la ayuda y asesoría del Banco Mundial y del FMI, en muchos de nuestros países. Fue un fracaso tras otro. Como latinoamericanos debemos aceptar que ese camino está cerrado definitivamente, y como comunicadores debemos asumir la responsabilidad de recordarlo siempre y ayudar a que todos comprendan sus presupuestos fundamentales, su modus operandi y las consecuencias en la sociedad. Es asombroso y triste, al mismo tiempo, constatar que muchos católicos y hasta comunicadores católicos son seducidos por los cantos de sirena de proyectos políticos y económicos que son, realmente, re encarnaciones del mismo neoliberalismo fallido y corrupto de los años 90.

 

Pero no es solo cuestión de rechazar un sistema fracasado, sino, sobre todo, de ayudar a construir uno nuevo, latinoamericano, es decir, que parta desde nuestra realidad de inequidad, que cuente con las buenas experiencias que ya se han dado en algunos países de la región y que guarde elementos fundamentales como la opción preferencial por los pobres. Esta tarea de diseño y construcción de un orden nuevo tiene que ser asumida por la Iglesia y sus comunicadores como uno de los desafíos más importantes de nuestro tiempo en nuestro continente. De la Iglesia y sus comunicadores esperamos el compromiso verdadero con los más pobres, los valores de construcción comunitaria, de respeto por la vida, la diversidad y la Tierra, que tienen que hacerse presentes en el nuevo diseño para nuestra nueva América Latina.

 

*  Sacerdote Jesuita, Rector del Colegio San Gabriel, Quito; educomunicador, miembro fundador de SIGNIS Ecuador.

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