Miriam acaba de quedar libre y regresa desde el penal de Matamoros, Tamaulipas, hasta su casa en Tulum, Quintana Roo. Ha pasado medio año en prisión por un delito que no cometió; simplemente tenía que ocupar el lugar de alguien que hacía tráfico de personas en el aeropuerto de Cancún. Miriam, joven madre de un niño, nos cuenta paso a paso su historia; sólo escuchamos su voz, nunca la vemos en pantalla.

 

Adela es una mujer de edad madura que forma parte de un circo. Entre ensayos y funciones, Adela nos relata la desaparición de su hija Mónica: tenía 20 años, iba a la universidad, un día no regresó a casa. Han pasado diez años, la familia la ha buscado y la sigue buscando; parece que la secuestró una poderosa red de prostitución.

 

Tempestad (de Tatiana Huezo, 2016) es la confesión en pantalla del dolor acumulado, pero también de la esperanza que jamás desaparece. Y aunque dos mujeres, Miriam y Adela, son las protagonistas, muchos rostros aparecen a lo largo del viaje –geográfico y emocional- que seguimos en la película documental. Rostros tristes, silenciosos, cansados, temerosos, que nos representan a millones de mexicanos, en este México actual donde cualquier persona puede ser secuestrada, extorsionada, asesinada, puede desaparecer y nunca se le encontrará, o buscará justicia y nunca la hallará.

 

El penal de Matamoros donde es recluida Miriam está organizado y gobernado por un cártel, que impone autoridades, guardias, reglamentos, altas cuotas y pagos; un penal con todo tipo de servicios, incluidos cantina, restaurante y prostitutas, para los que puedan pagarlos. Mientras, a Adela y su familia ambulante los amenazan unos policías judiciales, para que desistan de su búsqueda de la joven desaparecida. En ambos casos, un microcosmos de la impunidad, el poder, el miedo, que ahoga la vida de tantos en México.

 

No hay en toda la película ninguna escena violenta o sensacionalista, sólo las voces que nos relatan una historia personal, los rostros anónimos y los retenes en el camino, los silencios, la música delicada y melancólica; pero esta Tempestad nos va empapando, nos mantiene en zozobra, en espera, nos une a otros. El año 2016 nos ha ofrecido tres películas documentales dirigidas por mujeres que enaltecen la calidad del cine mexicano: Plaza de la Soledad, de Maya Goded, Bellas de noche, de María José Cuevas, y Tempestad, de Tatiana Huezo. Y ésta cinta, ganadora del Ariel,  ha sido seleccionada para representar a México en las candidaturas a los premios Óscar y Goya del próximo año.

 

Tempestad es un lamento de amor, sereno, esperanzado,  que se mete en las entrañas y ya no nos deja.

 

Luis García Orso, S.J. / México