Carlos Ayala Ramírez (*)
Se ha publicado la tercera encíclica del papa Francisco titulada “Fratelli Tutti” Sobre la fraternidad y la amistad social. Se trata de un texto inspirado en el testimonio de San Francisco de Asís, que “se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne”: los pobres, los abandonados, los enfermos, los descartados, los últimos. Esta carta es dirigida a la humanidad y el papa la entiende como “un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras”.
El texto tiene ocho capítulos: (I) Las sombras de un mundo cerrado; (II) Un extraño en el camino; (III) Pensar y gestar un mundo abierto; (IV) Un corazón abierto al mundo entero; (V) La mejor política; (VI) Diálogo y amistad social; (VII) Caminos de reencuentro; (VIII) Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo.
El hilo conductor de la encíclica es que, a partir del reconocimiento de la igual dignidad de la persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Y el espíritu que anima ese deseo se pone de manifiesto en las siguientes palabras del papa: “Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”. Es un nuevo sueño que busca darle actualidad histórica a la utopía, posible y deseable, de constituirnos en familia humana. Porque nadie debe pelear la vida aisladamente.
Ahora bien, la propuesta del papa Francisco va más allá de las buenas intenciones y busca, ante todo, posibilitar transformaciones sociales que nos acerquen a una mayor solidaridad y subsidiaridad. De ahí que su primera actitud es echar una mirada crítica ante algunas de las tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal. Algunas de las realidades históricas que rompen la fraternidad son los conflictos anacrónicos que se consideraban superados: nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. Es la persistencia de numerosas formas de injusticia, nutridas por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al ser humano. Imperan reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral. Aumentó la riqueza, pero con inequidad y nuevas pobrezas.
Ruptura de fraternidad es también el hecho que, una parte de la humanidad vive en opulencia, mientras otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados. Es el mundo donde los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Un mundo donde los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro.
Asimismo, a las sombras de un mundo cerrado pertenece la comunicación digital. Sobre todo, “cuando ésta se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante […] Cada individuo es “objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos”. Por ello se afirma que la actual comunicación digital “no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad”.
Con respecto a la crisis sanitaria mundial, el papa expresa sus preocupaciones por lo que puede ocurrir pasada la crisis. Expresa que la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Y enseguida pone de manifiesto cuatro hondos deseos para contrarrestar esas tendencias: “Ojalá que al final ya no estén los ‘otros’, sino sólo un ‘nosotros’. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado”.
Con la encíclica “Fratelli tutti”, el papa Francisco vuelve con ahínco sobre uno de los temas centrales de su ministerio pastoral: la necesidad de cultivar una cultura o civilización del encuentro. Está convencido que “el aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro”. Y como una exigencia del presente y del futro proclama: “El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí “.
El primer capítulo del documento concluye con una invitación a la esperanza. Mirar al futuro con realismo, sin hacerse falsas ilusiones, pero sin descuidar las posibilidades de mayor justicia e inclusión que puedan construirse. Es la esperanza “enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive”. No es simple optimismo o deseo que las cosas vayan bien. El papa habla “de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor”.
(*) Profesor jubilado de la UCA de El Salvador. Exdirector de YSUCA. Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología (Santa Clara University). Profesor de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco.
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