María Cristina Oholeguy*
Paulo nació en Pernambuco el 19 de septiembre de 1921. ¡¡¡Eso fue hace 100 años, un siglo!!! Sin embargo, su pensamiento y sus aportes educativos están hoy más vigentes que nunca. En este mundo cada vez más deshumanizado, mercantilista y violento, su compromiso real con los más desvalidos sigue siendo un mensaje de esperanza.
Lo conocí en la PUC de San Pablo donde fue uno de mis profesores, a su regreso del exilio en 1979.
Ya entonces me impresionaron mucho su sencillez y empatía con los pobladores más humildes de las favelas de San Pablo. Frecuentamos junto con Paulo estos espacios en ocasión de concretar nuestras prácticas curriculares de la maestría. Fui testigo de que aquella celebridad, que había sido reconocida en todo el mundo, demostraba con sus actitudes una gran avidez por comprender y aprender junto con los más desposeídos, de los que luchaban por sobrevivir. Apostaba a su empoderamiento respetando la dignidad humana de estos sujetos … ¡y lo lograba! Un personaje de su talla y trayectoria seguía emocionándose al provocar y compartir aprendizajes concretos en esos procesos de trabajo con la gente.
Allí aprendí a valorar esos momentos casi mágicos en que los seres humanos crean conocimientos nuevos, lo comparten y se preparan para actuar en consecuencia, pretendiendo transformar algún aspecto de su realidad. ¡Es éste un fenómeno tan maravilloso como la pequeña semilla que germina y que algún día hasta podría llegar a ser un árbol! Comprendí entonces que el aprendizaje verdadero es un proceso complejo, que necesita que se cumplan determinadas condiciones para generarse. Era evidente que en aquella gente el deseo de aprender nacía de la necesidad de respuestas a sus conflictos más inmediatos. Había una tensión en los individuos que procuraban alternativas a situaciones de carencias e injusticias que no estaban pudiendo resolver. Esto les provocaba un desequilibrio interno, una situación de ansiedad, angustia y miedo y hasta autodesvalorización entre los implicados. Solían atribuir el fracaso de sus prácticas a su propia incapacidad o a voluntades superiores inalterables (ej. “Dios lo querrá así”).
Paulo procuraba favorecer la actitud creadora que surgía de la comprensión de las situaciones y que les permitía reorganizarse internamente y responder a la situación problemática con respuestas nuevas. A menudo ocurría que esa angustia era tan fuerte que sobrepasaba la capacidad de reflexión y de reorganización de los sujetos para enfrentar sus propios problemas, al grado de comprometer hasta sus reacciones afectivas. Es lógico, en esos momentos estos seres humanos sólo sentían la urgencia por escapar de tal situación y lo común era que recurrieran a viejas respuestas estereotipadas anteriores, sin dar lugar a conocimientos nuevos que podían emanar de ellos mismos. Aprendí entonces, con este docente humano por excelencia, que la situación de aprendizaje necesita ser muy cuidada para que la angustia no sea tan fuerte que provoque la recurrencia a viejas soluciones reiteradas e ineficaces.
El clima de confianza y respeto que se generaba era fundamental
En estas ocasiones observábamos que cuando se lograba la creación de un nuevo aprendizaje surgía naturalmente la necesidad de compartirlo. En ese intercambio se enriquecía el conocimiento y se generaban prácticas de cambio de las situaciones conflictivas. Pero también surgían resistencias frente a lo nuevo entre ellos; cuanto más rupturista de lo establecido era el concepto nuevo, mayor era la resistencia.
Paulo predicaba con el ejemplo cómo entablar relaciones pedagógicas favorecedoras de procesos de aprendizaje. El clima de respeto, el permiso para equivocarse, el favorecer la creatividad, el diálogo, la libre asociación de ideas, el cuidado de la vida, el sentido ético, entre otras, eran condiciones indispensables en sus prácticas educativas.
En estos ámbitos, las verdades instituidas como sagradas e inalterables se volvían obsoletas o al menos relativas. Decía: “todo conocimiento no es otra cosa que la superación de un conocimiento que antes fue nuevo y que se volvió viejo”.
Le preocupaba la metodología de los docentes que reducían su práctica a la mera transferencia de conceptos, porque no fomentaban la curiosidad ni la creatividad.
Hoy en día es muy común el uso de la dinámica de talleres para los procesos de aprendizaje de las más variadas temáticas. Esto no era así al inicio de la década de los 80. Lo habitual eran las clases magistrales “dictadas” por un profesor, que era considerado como el que sabía de su materia, y los alumnos que recibían esos datos, generalmente sin atreverse a cuestionarlos.
Considero que la teoría de Paulo Freire que todos los seres humanos tienen algo que aportar en un proceso de aprendizaje, revolucionó también las dinámicas de estos eventos, teórica y prácticamente. En forma paulatina se fueron alterando hasta las disposiciones físicas de las aulas o espacios destinados a la formación. Cambiaron los roles: el profesor ya no era el que volcaba los conocimientos desde lo alto de una tarima ubicada al frente de sus alumnos. Se constituía ahora en el orientador o coordinador de las discusiones con sus alumnos sobre los temas en cuestión. Para facilitar este diálogo, se ubicaban todos al mismo nivel, en ronda. Esto, que aparentemente es muy trivial, era una demostración concreta y práctica de la horizontalidad en las relaciones pedagógicas.
Paulo coincidía con Pichón Riviere en la importancia de que los procesos educativos favorecieran la producción de conocimientos. Decía que la necesidad podía ser forjadora de la curiosidad y el conocimiento. Para él, era indispensable la permanente relación teórico-práctica.
Recuerdo especialmente su preocupación por la formación de los que habían logrado acceder a las universidades y que en general en su formación se registraba una fuerte dicotomía entre la teoría y la práctica; entre el enseñar y el aprender y entre la investigación y la docencia. Aclaraba que no estaba reñido con la formación académica superior sino con estas dicotomías, señalaba que tenían un trasfondo ideológico nada transformador de la realidad. Pensaba que esta formación de los futuros profesionales no ayudaría a disminuir la brecha entre los ricos y los pobres.
Planteaba que los que dominan el mundo mantienen a seres pensantes que pueden dar rienda suelta a su curiosidad y creatividad, relacionando teorías y prácticas; pueden investigar y con ello producen conocimientos al servicio de ese poder. Decía: “Piensan para que las mayorías no piensen”.
Tenía claro que la práctica pedagógica es una práctica necesariamente política, no partidaria, aunque quien la ejerza no sea consciente de ello. Sostenía que la práctica educativa no puede ser neutra porque siempre subyace una opción: ¿a favor de quienes educamos? se preguntaba, y él mismo se respondía “Yo estoy a favor de las grandes mayorías explotadas de mi país”.
Concebía a la educación como un acto político, como una práctica de diálogo crítico y transformador de las estructuras y relaciones deshumanizantes que nos dominan. Apostaba a procesos de formación que fortalecieran la autonomía y a la creatividad de los sectores más explotados.
Esta opción clara ya le había costado la persecución, la cárcel y el exilio por parte de la dictadura brasileña. En 1964 había partido con su familia rumbo al exilio que lo llevó a los lugares más recónditos del mundo, en todos los continentes. Lejos de sentirse una víctima, asumió que el exilio era una oportunidad para continuar profundizando sus búsquedas, comunicarlas y continuar su lucha pacífica por los oprimidos.
Decía que el exilio le había permitido recorrer el mundo enseñando y aprendiendo a la vez, pero que todo el tiempo había añorado a su patria y por eso regresó cuando se lo permitieron.
Vino al Uruguay en 1989 invitado por una ONG (el Centro de Investigaciones y Desarrollo Cultural- CIDC) que se dedicaba a la educación popular desde hacía 15 años. Fue entonces que volví a contactarme con él porque era ese mi lugar de trabajo. En ese momento no estaba ejerciendo su rol de educador, sino que se desempeñaba como Secretario de Educación en la ciudad de San Pablo, era un cargo político. Sentía que ese cargo administrativo, burocrático por naturaleza, no respondía a su vocación de pedagogo.
Recuerdo que en esa oportunidad se relacionó con muchas organizaciones populares uruguayas y con los medios de comunicación. En todos los casos sus intervenciones fueron registradas y posteriormente se publicaron en un libro: “Conversando con los educadores”. Esas presentaciones contenían mensajes que se dirigían a cada uno de los sectores que visitó, pero a su vez compartían un lineamiento central: su apuesta a la Educación Popular como instrumento para enriquecer la lucha por una sociedad más justa y feliz para todos.
Decía que los sectores populares tienen prácticas muy valiosas pero que generalmente no tienen oportunidad de analizarlas y de aprender de ellas mismas para continuar sus luchas fortalecidos.
Paulo no está físicamente con nosotros, pero su legado sigue vivo y florece en cada búsqueda de autonomía y liberación de las mil formas de dominación que sufren los sectores populares del mundo entero.
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* María Cristina Oholeguy Gilmet. Trabajadora Social. Tuvo oportunidad de realizar cursos de Maestría en la Pontificia Universidad de San Pablo a partir de 1979, dónde fue alumna de Paulo Freire.
Actualmente está jubilada. Trabajó más de 40 años en Uruguay, en los más diversos campos de su profesión (incluída la docencia universitaria) siempre orientada hacia la Educación Popular. Ha publicado varios trabajos e investigaciones en revistas y libros.
La ilustración hace parte de una colección de caricaturas y dibujos especialmente creadas por artistas gráficos independientes y miembros de GRAFAR/RS para conmemorar los 100 años del educador Paulo Freire, el 19 de septiembre de 2021. Entre los artistas que produjeron y donaron su arte se encuentran Alisson Affonso, Aline Daka, Amaro Abreu, Bier, Edgar Vasques, Fabiane, Latuff. Leandro Bierhals, Natalia Forcat, Santiago, Schröder y Vecente. La producción es de Cris Pozzobon.
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