Por Julio Pernús*.- Desde que nací, soy tan cubano como aquel plato de harina con azúcar que mamá me enseñó a comer, cuando no había muchas opciones. Pero, no por vivir 28 años entre luces y apagones, me siento hoy más criollo que mi tío, un ingeniero que, aun en el cuerno de África, suele sonreír cuando le hablan de La Habana, a pesar de llevar años fuera de su país. Al leer este inicio algunos pensarían: “¿Y qué tiene que ver esto con nuestra Constitución?”. Con certeza les puedo responder que mucho, sobre todo si conocemos que la Constitución es el documento más importante del soberano, que es el pueblo. Y a estas alturas, no somos pocos los que pensamos que hay demasiados miembros de nuestro pueblo viviendo fuera de la Isla.
En la Constitución se definen las políticas a seguir en un país. Por ejemplo, se responde a las interrogantes de quién es cubano o quién no. En el país se produjo una convocatoria nacional para reformar la Constitución. Así lo anunció el gobierno el 28 de febrero de 2013 al afirmar que se introducirían cambios en la Constitución de la República en correspondencia con lineamientos establecidos. En Cuba se han redactado varias constituciones, tras convocar a una asamblea constituyente, excepto para la del 76, que tomó mucho de la soviética de 1936. Para muchos académicos, la Constitución del 40 fue el acontecimiento político más plural en la Cuba pre-revolucionaria. La cultura política de las generaciones surgidas después de 1959 no es la misma, elemento este que debe tenerse presente.
A todos nos debe interesar participar del proceso que actualizará la Constitución. Un elemento que ilustra la importancia de lo planteado puede ser la discusión en torno a una ley de culto. Aunque yo considero que la diversidad religiosa cubana hará interminable este debate.
La nueva reforma constitucional debe ser profundamente democrática. Y la Iglesia, desde sus estructuras, también puede aportar mucho si es tenida en cuenta. Recordemos que las mayorías en una verdadera democracia son la suma de las minorías. Es importante que los encargados de guiar el proceso constitucional sean capaces de desprenderse de viejos dogmas y muletas, que han hecho ver a Cuba como un país que camina muy despacito. Para nadie es secreto que de las 167 000 personas que según la Oficina Nacional de Estadisticas e Información (ONEI) salen anualmente de la Isla, hay una parte significativa que se ha cansado de esperar cambios tangibles.
Las instituciones eclesiales tienen, hoy más que nunca, la responsabilidad de acompañar a su pueblo de forma activa. No podemos quedarnos sentados en el banco. Necesitamos ser protagonistas de la historia. La juventud, tan desangrada por la migración, debe desechar la apatía política como un signo que marca nuestra generación. El laicado tiene que dar un salto más allá del “reunionismo”. Los que hemos seguido la historia de las organizaciones católicas no podemos quedarnos indiferentes viendo como nuestra voz parece diluirse en el silencio.
Jesús, desde su opción radical por los pobres, nos legó un compromiso que debemos profundizar en la oración. Es importante que aboguemos porque no sea un pequeño grupo el que tenga la última palabra. Cuba es de todos los cubanos.
—-
* Miembro de SIGNIS Cuba, que nos comparte su artículo que originalmente ha sido publicado en el boletín semanal de Vida Cristiana, la publicación católica más antigua de Cuba.