Por: P. Alfredo J. Gonçalves, cs*
No podría ser diferente. Además del saldo trágico de muertos, heridos y deudos, el Covid-19 nos deja como legado huellas imborrables de otras huellas. Desde el punto de vista de la pastoral en general y de la pastoral social en particular, algunas de estas consecuencias del coronavirus parecen saludables y relevantes, otras menos aceptables e incluso dañinas. Pero antes de continuar, es bueno no olvidar que el flagelo continúa, lo que nos lleva a mantener la vigilancia y el debido cuidado. Tras la advertencia, cabe señalar desde un inicio que el uso masivo de Internet, en la reconstrucción de “redes sociales”, “vidas”, “encuentros” e “intercambio de saberes”, consolidó el espacio virtual como un instrumento notorio de participación popular. La herramienta, antes vista al menos como sospechosa, comienza a aparecer como un factor de superación de barreras. Alcanza a personas que antes no asistían a determinados cursos, eventos, seminarios, asambleas, etc.
El descubrimiento (¿o redescubrimiento?) de Internet como espacio virtual de encuentros y reencuentros, para bien o para mal, refuerza la vieja tríada conciencia-organización-movilización. Paradójicamente, las restricciones impuestas por la pandemia ampliaron el abanico de posibilidades, llevando a más personas a “participar” de las iniciativas organizadas. No sin razón, varias manifestaciones de carácter popular fueron impulsadas por las redes sociales. El resultado es que, a partir de ahora, las prácticas y actividades presenciales, virtuales o híbridas pueden y deben apoyarse más en esta herramienta en los embates de las luchas populares. De esta forma, se consolidaron nuevas potencialidades para el enfrentamiento y la correlación de fuerzas.
Siempre con la mirada puesta en la práctica y las actividades de los movimientos, pastorales, entidades y organizaciones no gubernamentales, junto a estos factores positivos, conviene tener en cuenta un doble aspecto negativo. Por un lado, en tiempos de crisis y caos, barbarie e inseguridad, ataque y defensa, polarización y negación, el ser humano es naturalmente propenso a crear “burbujas de protección”. Estos suelen nacer por múltiples motivos, como el parentesco, la amistad, la vecindad, la profesión, el fútbol, la religión o la ideología. Si bien es cierto que las burbujas pueden ofrecer mayor cohesión y relativa seguridad, también lo es que conducen al aislamiento y la exclusión. Se levantan muros entre un “nosotros” y un “ellos”, al mismo tiempo que se derrumban puentes. Prueba de ello es la difusión de la cultura de la cancelación, incluso entre familiares, amigos, parejas e incluso cónyuges. La noción de comunidad, generalmente abierta al otro, al diálogo y a la riqueza de la pluralidad, da paso a la noción de gueto, cerrado y rodeado de fronteras visibles o invisibles y marcado por hostilidades recíprocas.
Por otro lado, la práctica relativamente fácil y cómoda de abrir la pantalla de una notebook o de un celular aparentemente ha desarrollado una especie de inercia (por no decir pereza). Es como si el hecho de participar en los eventos desde su propia casa, eliminando la necesidad de los preparativos convencionales para viajar al lugar del evento, les hubiera desarrollado cierta apatía y somnolencia. El entorno familiar lo hace más cómodo para las intervenciones, digamos, más libre y menos comprometedor. Una mirada rápida a las últimas manifestaciones de las fuerzas de izquierda bastaría para constatar una extraña ausencia de gente familiar. Ciertos líderes brillan por su ausencia, o por su participación a través de las noticias. Surge la pregunta: ¿la participación virtual en el período más agudo de la pandemia nos ha vuelto adictos a quedarnos en casa? En el juego de la lucha social y política, ¿elegimos gradas?
Por supuesto, la burbuja, por un lado, y la inercia, por el otro, se confunden y se entrelazan. Nos guste o no, como escribe Roberto da Matta en A casa & a rua, esta última siempre contiene un factor de extrañeza. Pero la memoria histórica abunda en alertarnos de que, sin la descarga eléctrica del pueblo organizado en las calles, difícilmente se producen cambios profundos y estructurales. No basta meterse con las corrientes visibles y superficiales de la política, es necesario transformar las corrientes subterráneas e invisibles de la economía.
P. Alfredo J. Gonçalves, cs, es sacerdote de la Congregación de los Padres Scalabrinianos, vicepresidente de la Congregación – São Paulo.
Traducción libre de SIGNIS ALC del artículo publicado por SIGNIS Brasil