Adalid Contreras Baspineiro*
El título de este artículo hace un parangón con Vivir para contarla, esa majestuosa novela de García Márquez en la que expresa que la vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla. Y el proceso que define la victoria del Pacto Histórico, encabezado por del líder izquierdista y exguerrillero Gustavo Petro y por la activista ambiental y feminista Francia Márquez, es una de esas historias para recordar y contar por razones que no son solo explicaciones, sino hechos que culminan ciclos y abren otros.
No es uno, son dos, más que dos. Es un liderazgo de dos que hacen una unidad. Petro no habría ganado sin Francia Márquez y Márquez no habría podido ser protagonista de la contienda electoral sin Petro. Gustavo Petro resume las historias de resistencia en los espacios de decisión de las políticas y Márquez es la síntesis de las exigibilidades de los derechos ciudadanos y de la naturaleza, tejiendo país desde los bordes y desde la periferia de los poderes. Petro propone crecimiento económico con justicia social y Márquez pone en agenda el “vivir sabroso”. Es un binomio.
El Pacto Histórico, que es el encuentro entre distintas fuerzas políticas que se unen para impedir el continuismo de la tradicional política que algunos analistas definen señorial, encuentra terreno fértil en una expansiva corriente ciudadana que quiere cambios. Y esta marea ciudadana lo impulsa a atreverse a proponer un procesual y cíclico cambio de paradigma, mirando la vida y los horizontes desde los desplazados de la historia, “los nadies”.
Estudios realizados en la coyuntura electoral establecieron que para 67% de su población las cosas no están bien y aspiran a un cambio en el modelo de crecimiento que se considera agotado. Los resultados de la primera vuelta electoral confirmaron esta tendencia, optando por las dos propuestas disruptivas: 40% vota por el Pacto Histórico y 28% por la Liga de Gobernantes Anticorrupción.
Esta tendencia/realidad se expresa también en la desaprobación que 74% de la población manifiesta sobre el gobierno saliente de Iván Duque. Y es una desaprobación de doble connotación.
Por una parte, es un voto castigo a la política tradicional. Y por otra, un cuestionamiento al modelo de desarrollo que se desajusta y provoca una situación de creciente deterioro en la calidad de vida de grandes sectores de la población.
En efecto, en el marco de la pandemia la pobreza alcanza a 39%, la informalidad 43%, el desempleo se acerca a 20% y la inflación llega a 7,2% provocando un inédito encarecimiento del costo de vida. Las políticas estatales no alcanzan a responder a esta situación de deterioro por la alta sensibilidad que el país tiene en sus relaciones con el fluctuante mercado internacional, al que Colombia se articula por la vía de Tratados de Libre Comercio, que empiezan a mostrar desequilibrios que definen un proceso deficitario en la balanza comercial, especialmente por la caída de los precios internacionales del petróleo y minerales, que representan 63% de sus exportaciones.
Por otra parte, se sienten los costos ambientales de la economía extractivista y se experimenta una situación de alta vulnerabilidad, no solo por la pandemia, sino por el crecimiento de la inseguridad ciudadana y el recrudecimiento de la violencia que ralentiza los alcances del Acuerdo de Paz firmado en 2016, además del fracaso del Plan Colombia.
La vida como política de Estado. El contexto electoral visibiliza un cambio en el clivaje político, que por tradición contrastaba candidaturas con guerrilla, lo que llevaba, por rutina, a una sistemática descalificación de toda fuerza progresista opuesta a la eternización de conservadores y/o liberales en el poder. El nuevo clivaje explicitó claramente la articulación contradictoria entre candidaturas y modelo político y de desarrollo.
La campaña del Pacto Histórico sabe interpretar esta realidad, se emparenta con las aspiraciones ciudadanas de cambio y arriesga su propuesta de transformación, a sabiendas que para buena parte de la población la cualidad de este cambio no es estructural sino básicamente en el tradicional liderazgo político.
Esto se demuestra en la alta votación que logra Rodolfo Hernández con una campaña que se desarrolla en los moldes de la “política pop” y el abuso de tiktoks para fustigar el pasado guerrillero de Petro, condenar la corrupción y estrellarse contra la institucionalidad convencional.
El programa de gobierno del Pacto Histórico “Colombia potencia mundial de la vida” toca campos vitales de la realidad colombiana: la construcción irrenunciable de la paz, el crecimiento económico con justicia social, la justicia ambiental con propuestas de desarrollo sostenible y el fortalecimiento de la integración regional.
El “ethos” del paradigma propuesto por el Pacto Histórico tiene sus fundamentos en un concepto novedoso: “la política del amor”, que constituye la vía para recorrer los sinuosos caminos institucionalizados por la polarización política, por los efectos de una guerra interna que ya tiene medio siglo, por el miedo que contiene el statu quo, y por la desconfianza innata a sociedades desgarradas en sus factores de unidad. La “política del amor” propone superar los odios de la mano de una identidad nacional que ha sabido labrarse con orgullo y con firmeza en la adversidad de la guerra. Es una identidad hecha en el goce de cada conquista en el presente y de esperanza en un futuro inclusivo, pasito a paso.
Desde los cánones de la polarización se afirmará que el uribismo está intacto y que la derecha no duerme. Y así es. La construcción de la propuesta del Pacto Histórico es contra la historia y las fuerzas que la representan. Es en este ambiente que tiene sentido trascendental la filosofía del “vivir sabroso” que encarna Francia Márquez, recuperándolo de las historias comunitarias de la diáspora de los pueblos afrodescendientes. “Vivir sabroso” es búsqueda de armonía como personas, en sociedad, con la naturaleza y con la vida misma. Se demuestra con la convocatoria a la oposición para compartir la construcción de los cambios, y con la apuesta por una economía plural e incluyente del Estado, del sector empresarial privado y de las comunidades, así como la afirmación de que los cambios se harán en el seno de un capitalismo que tiene que ser transformado con la ampliación de los derechos, enfrentando las causas de la pobreza.
“Política del amor” y “vivir sabroso” tienen su concreción en las características inéditas del “Gobierno de la vida”, que se plantea abandonar el modelo económico basado en la exportación de petróleo y carbón; reemplazarlo por uno de creciente producción agropecuaria, de turismo respetuoso del ambiente físico y cultural, y de una productividad basada en el conocimiento, la ciencia y la tecnología; generar empleo y oportunidades; incluir a las mujeres, al campesinado, a las comunidades étnicas y a la población migrante; asumir de forma decidida la defensa y restauración de nuestros recursos naturales; fortalecer el Estado con responsabilidades en el manejo de los sectores estratégicos; alentar la descentralización desarrollando la capacidad fiscal de los entes territoriales; y, la lucha contra la corrupción.
Es un modelo pensado en construir las bases de una era de paz, medible en realizaciones, como la inversión productiva, el empleo, la reducción de la pobreza, de la inequidad y de la exclusión; garantizando seguridad ciudadana y estabilidad económica y social. Una nueva historia empieza en Colombia, hay que vivirla y contarla.
*Sociólogo y comunicólogo boliviano. Director de la Fundación Latinoamericana Communicare. Ex secretario ejecutivo de OCLACC (hoy SIGNIS ALC).