Adalid Contreras Baspineiro

 

Los topoi son los lugares comunes donde radican las fuentes de los argumentos de los temas y discursos. En política, éstos suelen representar transiciones y coyunturas. Aparecen, por lo general, expresados en tautologías, repeticiones, o calcos de hechos catalogados como prioritarios. Estos temas, en nuestro continente, están girando por varios años ya en torno a procesos y estilos electorales.

 

Con relación a los procesos, estamos inundados de encomiables iniciativas de democracia representativa como consultas, referéndums, elecciones locales, regionales y nacionales. Este 2018 Costa Rica, Paraguay, Brasil, México, Venezuela y Colombia se aprestan a elecciones presidenciales; Colombia además legislativas y Cuba, parlamentarias. Son procesos que producen resultados evidentes, como la segunda vuelta electoral en Chile; o cuestionables, como en Honduras; o imprevisibles, como los triunfos municipales de Venezuela que consagraron cómodo ganador a Maduro en plena crisis; o la Argentina, donde Macri gana con los votos de la población a la que empobrece con sus medidas de ajuste.

 

En cuanto a los estilos, vivimos ganados por dinámicas de campaña electoral que se prolongan como modo de hacer política. Nuestros países viven en estado de publicidad electoral permanente, para regocijo de estrategas, creativos, productoras, encuestadoras y medios que se benefician de la publicidad pagada. En nuestros días, estos estilos tienen simbólicamente en Odebrecht el topoi más recurrente y la palabra más mencionada, en múltiples aplicaciones que resignifican los sentidos de la política en los de la corruptela.

 

Muchos países estando a dos o tres años de sus próximos plebiscitos ya viven electoralizados. Vale más el posicionamiento de imágenes y promesas que de políticas estructurales. Cualquier acto o pronunciamiento, de parte y parte, es catalogado como propósito electoralista. Los estilos electoralizados siembran desconfianza y polarizan, convirtiendo la política en oposición de extremos que no dejan ver los matices, las agregaciones ni los puntos de encuentro y consensos posibles.

 

Hay que saber salir del entrampe que electoraliza las sociedades enfrentando con el mayor rigor y celeridad, en el marco de la Justicia, las heridas que abre, las distorsiones que provoca, los privilegios que encubre y las anomias que apaña. Honduras debe resarcirse del fraude que tiñe su gobernabilidad. Los gobiernos impeachment no pueden pretender dar lecciones de democracia. Bolivia tiene que resolver constitucionalmente el embrollo reeleccionario a partir del referéndum que un sector ignora y otro lo convierte en su emblema. Y Perú tiene que recomponer las medidas de prolongación de poder a cambio de un indulto que no supo resolver su Congreso.

 

No será posible construir democracias reales si el estilo electoral sigue monopolizando las cotidianeidades políticas. Necesitamos combinar la mirada coyuntural con la atención de los problemas estructurales. Los gobiernos tienen que desarrollarse y generar políticas apegados a la ley; mientras que los movimientos sociales, sin dejar su combate contra las rasgaduras a las democracias, deben trascender sus olas de protesta hacia la renovación de la política, de las sociedades, de la vida.

 

A la par de los topoi que emanan del estado de publicidad electoral permanente, y que se deben seguir resistiendo y resolviendo, muchos otros temas están esperando ser también debatidos y encarados: la pobreza, el desempleo, la exclusión, el racismo, la salud deficitaria, los feminicidios, el patriarcado, la depredación de la naturaleza, las inconexiones, la inseguridad, la dependencia asimétrica, el hambre…, si queremos construir sociedades auténticamente democráticas.

 

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Artículo publicado originalmente en el Diario La Razón, Bolivia.