Germán Rey*
No es la primera vez que observo hormigueros. Nací en una región de Colombia en la que las hormigas han tenido siempre un gran protagonismo y están presentes en una cantidad de leyendas y creencias, desde las religiosas, porque aparecen volando en los días de la Semana Santa, hasta la gastronómicas, porque debe ser una de las pocas zonas del mundo donde no solo se contemplan con atención, sino que se comen con complacencia. La hormiga en sí misma es un ser con connotaciones simbólicas porque se las asocia con disciplina, reinas, construcciones, obreros, persistencia, hormigueros y trabajo arduo.
Desviar la mirada
Mi primer trabajo sobre los hormigueros lo hice después de una época en que me sumé al interés de estudiar las industrias culturales y creativas, sus trazos sociales, el impacto en el producto interno bruto (PIB), los procesos de apropiación social y sus cadenas de valor.[1] Siempre pienso que los hormigueros aparecen cuando se desvía la mirada.
“La insistencia en la metáfora: experiencias locales de cultura y desarrollo”, publicado en el libro Cultura y desarrollo [2], fue el resultado de desviar la mirada de las grandes industrias culturales hacia las pequeñas experiencias que están presentes en un grupo de danza o en un conjunto de música. El texto se inicia con un grupo de teatro que ensaya a diario debajo de un árbol de mango en Zambrano, un pueblo del sur de Bolívar. En ese entonces, observé cerca de 200 experiencias, en diferentes regiones del país, que proponían otros caminos de la creatividad, como también originales alternativas de identidad y sostenibilidad.
Este desvío de la mirada es un gesto necesario. Hace poco, un sabio paraguayo de las artes en las reducciones jesuíticas me ofreció la clave para responder a ese enigma. Los maestros jesuitas, que habían hecho de las artes un sendero hacia la devoción y el milagro, como hacia el perfeccionamiento humano, diseñaban las esculturas de los santos sumidos en el arrobamiento barroco, mirando hacia el cielo y siguiendo este patrón, técnico y místico, y enseñaban el arte de la escultura a los artistas locales. Pero los guaraníes se rebelaban frente a este mirar de la elevación y solo descansaron hasta que los maestros de la Orden propusieron otro modo más horizontal de mirar, en el que los ojos de los santos se encontraban con los ojos de los devotos y penitentes: mirar no hacia los cielos, sino hacia los ojos y el ser de los otros, en un plano más de encuentro, igualdad y cercanía, que de elevación y alejamiento celestial.
Con esa explicación barroca puedo entender miradas investigativas más modernas como las que se ven reflejadas en el estudio sobre los medios nativos digitales latinoamericanos.[3]
Esta forma de mirar ya la había percibido en la obra de Michel de Certeau, quien no sólo dice que la cultura está en los márgenes, sino que ella misma es un hormiguero. También un clásico de la antropología del siglo XX, Clifford Geertz, resaltó un aforismo africano que nos recuerda que “La sabiduría reside en el conjunto de las hormigas”.[4]
A las hormigas las observé después en mis tres estudios sobre medios nativos digitales en Colombia, realizados con Consejo de Redacción y la Pontificia Universidad Javeriana, en una secuencia temporal que abarcó un decenio, en el que no solo constaté su aparición en el horizonte de los medios de comunicación, sino también su crecimiento y proliferación, su enorme vitalidad y diversidad. Una buena parte del paisaje está poblado por los medios “volcados”, que son medios de comunicación convencionales que migraron hacia el nuevo ecosistema digital intentando “cambiar o morir”. Colombia fue uno de los países de América Latina en el que la efervescencia de medios comunitarios fue en el pasado una realidad, como lo fueron las radios mineras de Bolivia o las indígenas del Ecuador. Cerca de 600 emisoras de radio sobrevivieron en medio de retos jurídicos, tecnológicos, de contenidos y de audiencias.
Hormigueros de hormigueros
Ahora, la observación del hormiguero era una tarea aún más compleja. Se trataba de explorar 12 países del continente, tratando de escudriñar todos los medios nativos digitales en habla hispana, que, por lo menos en un cincuenta por ciento, produjeran y agregaran información. En el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura que Gabriel García Márquez pronunció hace 40 años, contó que al primer nativo que encontraron los exploradores de Magallanes en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que “aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen”.[5]
Cuando no se confirma un mundo, es muy posible partir de preconcepciones arriesgadas. Nosotros partimos de algunas que los datos revalorizaron: que se trataba fundamentalmente de medios de comunicación locales con una vocación focalizada, que se reconocían estrictamente como medios tal como los hemos definido desde hace décadas, que dependían fundamentalmente de la cooperación nacional o internacional y que no tenían una gestión de las herramientas técnicas tan elaborada. Lo que encontramos en nuestro estudio problematiza estas preconcepciones. Si bien están localizados, algunos -a los que hemos denominado como multisituados[6]– no lo están; sus alcances son globales, aunque también regionales y nacionales; tienen una agenda que atraviesa sus propias realidades y que está fuertemente enraizada en ellas, pero que se encuentran con las agendas mundiales (los derechos humanos, el medio ambiente, las reivindicaciones de género o el reconocimiento de otras opciones sexuales).
La gran mayoría de estos medios se reconocen mucho más como redes que como medios, lo que no es un simple problema nominativo, sino, una valoración del trabajo colaborativo, de su expansión y de la capacidad asociativa de la creación de sus contenidos, que, inclusive, ponen a prueba el sentido de red que fortalecieron internet y la digitalización. En otras palabras: su sentido de red establece diferencias con el sentido reticular de lo tecnológico, aunque se vale de él. El significado reticular de los nuevos medios digitales parte de la imaginación y reconocimiento de la relación con la comunidad y con las que en el ecosistema mediático anterior se llamaban las audiencias; mientras en este último, los medios analógicos se observan desde el concepto más genérico y abstracto de opinión pública, los medios nativos digitales lo hacen desde el más concreto de comunidad de arraigo; mientras los analógicos construían targets y poblaciones objetivo de manera estratégica e instrumental, los nativos digitales están estableciendo unas relaciones más directas con sus audiencias, que son sus congéneres, sus próximos, sus vecinos.
Los pilares de la sostenibilidad parecen haber variado por algunas influencias de los tiempos de la pandemia. Porque si bien los medios nativos digitales admiten que los problemas económicos de su sostenimiento son el obstáculo más importante para su desempeño y su desarrollo, también señalan, de manera taxativa, que su principal fuente de apoyo económico son sus propios recursos. Y aunque se ha diversificado el portafolio de su sostenibilidad, aún quedan muchos retos en este campo por resolver.
Como se lee en “La insistencia en la metáfora”, hay una relación entre el hormiguero cultural que se exploró en el 2010 y el hormiguero mediático-digital observado 12 años después, ya que “La fortaleza organizativa es mucho más que su régimen jurídico o su formalización administrativa; es la consolidación de sus lazos relacionales a través de redes, los vínculos con la ciudadanía, la oferta de portafolios de servicios y el conocimiento del nicho social y de mercado en que se desenvuelven. Casi todas son experiencias que demuestran lo que significa para las organizaciones sociales mantenerse y promoverse creativamente en medio de contextos de penurias”.[7]
La tensión entre lo local y lo global en los medios nativos digitales parece ser una característica importante. No se trata estrictamente de un asunto glocal, como se llamó hace unos años a la fusión entre uno y otro ámbito. Una gran cantidad de medios digitales tienen una pertenencia local que los hace medios de proximidad, pero su condición de habitantes del ecosistema digital los transforma casi de inmediato en medios globales: operan en la red, trascienden los límites geográficos en que están situados y viven en contextos en que los problemas globales tienen resonancias directas en la vida local.
Existen en un periodo en que los vasos comunicantes entre los problemas medioambientales, la sexualidad o las nuevas definiciones de las libertades civiles pasan de un nivel a otro, sin las disposiciones geográficas de hace unos años.
La proporción de lo social
En ellos se encuentra otra característica de numerosos medios nativos digitales: piensan la movilización, no como las antiguas organizaciones sociales o no gubernamentales, aunque sí como redes que inciden sobre la vida de la gente, que “enredan” generando vínculos. La transformación social no tiene los alcances que buscaban las instituciones analógicas, sino, incidencias más concretas y menos maximalistas, sobre todo, en las narrativas sociales en juego y en el régimen de los derechos y las libertades civiles que interesan a la ciudadanía, las mujeres, los indígenas o los jóvenes, por mencionar solo algunos de sus intereses más explícitos, mientras que en los medios tradicionales la transformación social operaba en el ámbito de la opinión, las garantías institucionales, la crítica a los poderes legales e ilegales y los compromisos con determinadas opciones políticas habitualmente más cercanas al establecimiento.
El concepto de opinión, consolidado y fijo, se está deshaciendo con la misma rapidez con que se rehace el panorama de la información. En el pasado tal centralización era posible, entre otros motivos, porque el sistema de medios estaba bastante concentrado y los medios de comunicación tenían una fuerte cohesión individual o de grupo.
Pero, ahora, la digitalización ha contribuido a la descentralización, ha puesto en contacto a todos aquellos que los medios y otras estrategias no habían podido convocar, ha agilizado la capacidad de circular información y de reaccionar a ella y ha posibilitado la creación de lugares de generación de información que las condiciones económicas y físicas del pasado no facilitaban. No por ello las sociedades están más unidas o los consensos sociales son más fáciles de alcanzar. Los debates sobre la desinformación son frecuentes y el ideal del acceso a una información de calidad es aún, no solo persistente, sino urgente.
Mientras que, en el pasado, los medios nacionales no solo buscaban hablar del Estado, los gobiernos e, inclusive, la propia sociedad – cubriendo de esa manera parte de sus objetivos de transformación social-, en el presente, los medios nativos digitales ocupan lugares sociales sectorizados, que habitualmente están en disputa y tienen unos vínculos muy marcados con los intereses cotidianos. En el primer caso se hacía cobertura del congreso o de las decisiones de los gobernantes como centro de las decisiones que afectan a la ciudadanía, mientras que en el segundo se enfatizan temas que hacen parte de dimensiones vitales no necesariamente institucionales, como ser trans negra, las técnicas sexuales de la autonomía o la hiperdelgadez, como lo hace Malvestida de México. No es que la información sobre los problemas de la sociedad o del estado desaparezcan, sino que, no son tan centrales o tan hegemónicos como en el paisaje mediático analógico. Un medio nativo digital como Ojoamipisto de Guatemala se define como un medio periodístico que fomenta la transparencia y la lucha contra la corrupción, fiscaliza el uso de fondos municipales y promueve la participación ciudadana. Sin embargo, estando cerca de los medios convencionales, este nativo digital se aproxima de otro modo a los problemas públicos, preocupándose de cómo gastan los gobiernos locales los dineros públicos.
Guardiana de Bolivia se propone el objetivo de informar de la manera más honesta y completa posible a sus públicos, para ayudar a visibilizar los principales problemas de las comunidades y para buscar las posibles soluciones que permitan mejorar la calidad de vida de la población, sobre todo, de la más vulnerable. Ahí están las claves de esta diferencia: en acotar los problemas en el contexto de la comunidad, afirmarse en las soluciones y buscar la utilidad personal y social.
Desviar la mirada hacia los hormigueros es fundamental para comprender los nuevos caminos que ha tomado el viejo tema de la transformación social.
[1] Impacto económico de las industrias culturales en Colombia, Bogotá: Convenio Andrés Bello, 2003; Germán Rey, Las tramas de la cultura, Bogotá: Convenio Andrés Bello, 2008; La fiesta la otra cara del patrimonio: valoración de su impacto económico, social y cultural, Bogotá: Olga Pizano, Luis Alberto Zuleta, Lino Jaramillo y Germán Rey, 2004. Industrias culturales, creatividad y desarrollo, Germán Rey, Madrid: AECID, 2009.
[2] Alfons Martinell (editor), Cultura y desarrollo, Madrid: Fundación Carolina, 2010.
[3] El Hormiguero. Los medios nativos digitales, en América Latina, Fundación Gabo y Google News Initiative, Cartagena de Indias, 2022.
[4] Clifford Geertz, Conocimiento local, Barcelona, Paidós, 1983.
[5] Gabriel García Márquez, “La soledad de América Latina”, Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Estocolmo, 1982.
[6] Los medios multisituados están ubicados en diferentes lugares, sus periodistas no están obligatoriamente agrupados y no suelen tener una estructura organizativa centralizada.
[7] Germán Rey, La insistencia en la metáfora: experiencias locales de cultura y desarrollo, En: Cultura y desarrollo, Alfons Martinell (editor), Madrid: Fundación Carolina, 2010.
* Profesor universitario. Defensor del lector del periódico El Tiempo; miembro de la Junta Directiva de la Fundación Gabriel García Márquez de Nuevo Periodismo Iberoamericano, ex asesor del Decos CELAM.
Este artículo fue publicado en la revista digital Punto de Encuentro, de SIGNIS ALC, diciembre de 2022